Siempre, allí.

Películas miles donde los hombres terminan convirtiéndose en príncipes. Cuentos que desde niñas leemos y nos dormimos con la esperanza y el sueño de esa historia maravillosa en la cual los amantes terminan comiendo perdices. Allí, en el mundo de la fantasía, donde todo es rosa, dulce, empalagoso...allí estás vos. Porque en realidad, eres sólo eso, una fantasía dulce y rosada, que a veces, de a poco, se desarma, se cae, se destiñe, hasta manchar el piso de mi conciencia. Sólo allí estás vos. No sos más que eso, que lo etéreo del pensamiento, lo inconsistente de la ilusión, lo efímero de un beso imaginado. Allí, en algún rincón inventado, me esperas con los brazos abiertos y mi cabeza cae rendida a tus hombros. En ningún otro lugar estás, más que allí. Y no estarás en otro lugar. No. Porque la vida no tiene escritores, ni guionistas, ni hadas madrinas. La vida tiene un titiritero cruel, despiadado, burlón, que es el destino. Afuera, no estás. Pero allí, muy allí, eres mío, completamente mío, y estarás encerrado eternamente, entre algodones rosas, dulces, enamorados, que no destiñen, que no se quiebran ni se disuelven ante las doce campanadas del maldito reloj. Y dormiremos juntos, para siempre, abrazados, empalagados...allí.

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