El italiano errante
Exilio. "Expatriación, generalmente por motivos políticos", enuncia una de las deficiones del diccionario. Pero me gusta más, y es más oportuna, otra explicación: "Separación de una persona de la tierra en que vive". Eso, especulan, podría ser el futuro, no tan lejano, de Silvio Berlusconi.
Las casas de apuestas hierven con pujas
sobre Antigua, Kenia y Rusia. La prensa apunta a Nicaragua. Como llegó a escribir el diario Il Fatto Quotidiano, especializado en periodismo de
investigación y que aseguró que el político ha contratado los
servicios de un despacho internacional de abogados para sondear la posibilidad. Es,
agregó el periódico, su "plan B", en el caso que la vida se le
complique.
Razones hay, por supuesto, detrás de las insólitas andanzas berlusconianas. Se trata del caso Mediaset, por el cual ya fue condenado en primera y segunda instancia por fraude fiscal. El próximo día 30
el tribunal Supremo se pronunciará en vía definitiva sobre si confirma la
condena a cuatro años de cárcel y cinco de inhabilitación para ocupar puestos públicos.
Algo que le inquieta, aunque él diga que no.
Porque, además, pocas semanas después también será la vez de conocer el
veredicto sobre el caso Ruby Robacorazones, apodo de la despampanante marroquí Karima
El Mahroug, por la que está acusado de incitación a la prostitución infantil.
La historia del mundo está plagada de fugas
increíbles. Como la de Fernando de la Rúa, el presidente argentino que abandonó
en helicóptero la Casa Rosada en 2001, en pleno estallido social. Y también hay poderosos,
poderosísimos, caídos en desgracia. Como Ivo Sanader, el exprimer ministro de
Croacia cuya carrera política se interrumpió abruptamente en 2010, acabando él
en prisión. O, por poner otro ejemplo, está Bill Clinton, cuya estrella política tropezó con Monica Lewinsky.
Con Berlusconi, claro, es todo más complejo. Una razón sobre todas las demás: si Berlusconi es
condenado peligra la supervivencia del gobierno italiano, como han dejado claro sus allegados.
Difícil que vaya a exiliarse pero, qué
bonito sería, dirían algunos.
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