Gente que no existe
ESTAMBUL. - Cada vez que viaja, Adnan
debería controlar su pasaporte. Porque para muchos Gobiernos, él no existe.
Nunca existió. Esta vez, tras no dormir por casi tres días y ser expulsado de
un país, quizá lo recordará. "¡Qué infierno ha sido!", dice cuando lo
encuentro en el aeropuerto Mustafa Kemal Ataturk de Estambul, ya víctima de la
burocracia transfronteriza y de los entresijos diplomáticos.
Adnan es flaco, chupadillo, con ojeras;
tiene 28 años y no es políglota: sólo habla castellano y serbio. Porque nació
en Kosovo, aunque vive desde tiempo en España, donde hasta hace un año y medio
trabajaba en la construcción. Ahora, cuenta, está en paro, razón por la que
quizá se irá a Alemania. Pero, antes de todo, tiene que salirse de esta.
Todo empezó con una visita, planeada
meses antes, a su madre y sus hermanos en Pristina. Adnan buscó un billete
aéreo económico y lo encontró: poco más que cien euros ida y vuelta
Madrid-Pristina. Esto con una conocida compañía turca y un único transfer, en
Turquía precisamente.
Llegado el día de su viaje, hizo las
maletas, se fue al aeropuerto madrileño de Barajas y, tras unas 3 horas de
travesía, llegó a Estambul. Y ahí aconteció lo que todo viajero abomina: perdió
su conexión. Qué distante quedaba ahora llegar a tiempo a su casa, pensó. Pero Adnan
no sabía, ni mucho menos, lo que iba a venir.
En una de esas afectuosas decisiones que
sólo saben tomar los azafatas y los maestros de preescolar, le dijeron:
"Te enviamos a Skopie, en Macedonia, que queda cerca". Verdad.
Problema: cuando se subió al avión con ojuelos chispeantes, al no saber hablar
inglés, el pobre cristo ignoraba su destino. Y, especialmente, ignoraba que
Macedonia lo expulsaría de allí.
"Pero, ¡vaya! En otras
circunstancias no habría sido una mala decisión; lo que pasó fue que las
autoridades macedonias no lo aceptaron porque portaba un pasaporte de la
República de Yugoslavia", interrumpe el agente aeroportuario turco a cargo
ahora del trastabillado Adnan. "Pero, sí, sí, un pasaporte de Yugoslavia! Ni yo había visto uno antes", continúa mientras esta periodista,
reconvertida en intérprete, traduce sus palabras y se las transmite al joven
balcánico.
El arcano, por supuesto, se iba
despejando. Adnan, al vivir en España, no tenía un pasaporte kosovar ya que este
país europeo no acepta,
pese a que también hay un fallo de la ONU, la declaración de independencia de
Kosovo de 2008. Pero esto vale también al revés. Los demás países, y algunos
son más estrictos al respecto, no reconocen documentos de Estados que ya no
existen. Esto a pesar de que Serbia aún admite el uso de los pasaportes de la República de Yugoslavia expedidos antes de 1997.
"¡Qué maldita malasuerte!",
explota el joven, al que la vida y el azar le han hecho nacer kosovar y de bajos recursos, una de las categorías más expuestas a este tipo de acontecimientos.
El asunto es que un pasaporte es un
pasaporte, certifica la nacionalidad de una persona. Pero también puede
convertirse en una pesadilla. Lo es para los muchos hombres y mujeres que,
provenientes de países en los que domina la desigualdad, intentan buscarse la
vida en otras naciones. Lo es, a veces, para quienes por cuestiones diversas
han sido alejados de sus tierras a la fuerza o viven en sitios privados de los derechos más básicos.
Sentado en un cuartucho del aeropuerto
Kemal Ataturk de Estambul, Adnan ahora lo sabe y quizá se lo contará, algún
día, a sus hijos. En este mundo en el que vivimos hay fronteras que tienden a
borrarse pero también otras tantas, invisibles, que se resisten y que, a veces,
son mucho más brutales que las otras.
DESLIZ A PIE DE PÁGINA: Después de días
en el limbo legal, Adnan compró un nuevo boleto y se subió a un avión con destino Pristina, como pudo comprobar esta periodista.
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