Lápidas libanesas



BEIRUT. - En occidental y moderno barrio de Ain Al-Mreisse de Beirut, se erige como una lápida el viejo hotel Holiday Inn.
Abierto poco antes de que las bombas de la Guerra Civil libanesa (1975-1990) le redujeran en el edificio con aspecto gruyére que es hoy, reconvertido en un improvisado depósito militar, con palomas como sus únicos residentes, el Holiday Inn vive suspendido en memoria de una tensión sectaria que nunca se ha disipado totalmente y que convive en la actualidad con la otra Beirut, la comercial y pretenciosa, que se ofrece en la cercana visión del lujoso Intercontinental Hotel Phoenicia.
El uno y el otro son cara y cruz del Líbano de hoy, un país en el que viven 18 confesiones religiosas -aunque las mayoritarias sean los suní, los chíi, los cristianos maronitas y los drusos- y que malvive su eterna condición de patio trasero de dos grandes potencias, Israel y Siria, con las que este país comparte unas porosas fronteras.

 
"En Líbano el verdadero problema es que el Estado es frágil, ausente, reo de lo que ocurre en Siria e Israel y a menudo incapaz de garantizar la seguridad social y física de los libaneses", explica Carole Kerbage, una joven escritora y periodista drusa de 26 años, ganadora en 2009 del premio Samir Kassir destinado a quienes luchan a favor de la libertad de expresión.
"Pero ésta es una historia que empezó hace 40 años y a menudo ése el error que se comete, como pasa ahora en Trípoli. La gente se olvida de que ahí siempre se han matado", agrega Kerbage, al comentar los enfrentamientos armados que han sacudido en las últimas semanas dos barrios rivales de esta deprimida ciudad del norte del país cercana a Siria, Bab el Tabaneh y Yabal Mohsen, refugio de la minoría alauí, el grupo del presidente Bashar al Assad.
Los libaneses, en las calles, explican que llevan años sufriendo conflictos y han aprendido a vivir el presente sin esperarse mucho del futuro. Tan sólo en estos últimos años, vivieron la guerra entre el partido chíi Hizbulá e Israel en 2006, cuando las bombas israelíes devastaron el sur del país y partes de Beirut y la guerrilla entre los sunís, drusos y cristianos contra Hizbulá en 2008, que reavivó el espectro de la guerra civil y fue testigo del poder militar y organizativo del grupo chíi, considerado como terrorista por los Estados Unidos e Israel y cuyo arsenal nunca fue desmantelado pese la relución 1559 de la ONU.
"Lo mejor que puedo hacer por mi mismo es irme de este país, quizá a Australia donde viven algunos tíos míos", dice seco El Khiyan, un aparcador beirutense que trabaja en el animado barrio de Gemmayzeh, centro de agregación de jóvenes y de la movida nocturna. "No sé a quién votaré en 2013, quizás nadie", agrega su amigo Fouad Nader, al referirse a las elecciones parlamentarias que se celebrarán el próximo año en el país.
En verdad, a pesar de que el país aún aspire a ser la Suiza de Medio Oriente, apelativo que adquirió con la expansión bancaria de los '70, la situación de la política interna de Líbano no es para menos. Tras la disolución del Parlamento en enero de 2011 por las divergencias de las fuerzas políticas sobre la comisión que investiga el asesinato en 2005 del ex primer ministro Rafic Hariri -que aceleró el fin de la ocupación israelí en el país-, se formó un nuevo gabinete integrado por ex elementos de las falanges cristianas del general Michel Aoun, el partido druso y socialista de Walid Jumblatt y los chíi de Hizbulá, mientras que en el bloque opositor quedaron los musulmanes sunitas del Movimiento del Futuro de Saad Hariri y los cristianos progresistas.
"Pero la estabilidad.. ésa otra cosa", comenta el funcionario Michel, mientras atiende unas prácticas en el ministerio de la Información y suspira.
  

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