Reyes irresistibles
PALMA.- . Tez estirada, labios entreabiertos, el niño mira fijo al señor con la corona de oro falso y barba blanca que desfila con sus pajes de traje azul y birrete emplumado. A su paso, el crío sonríe con la ilusión en los ojos. A la vez, grita y se agita, moviéndose dentro de su cochecito de formula 1 y enfundado en sus prendas estilo principito del siglo XXI. Pero bueno. Pertenece al grupo de las criaturas con suerte. Aún puede soñar, sin peros ni nada, con seres venidos de tierras lejanas. Y no es el único que goza del amañado espectáculo, niños y adultos de todas las edades recogen con cierta saña a las bolitas edulcoradas que los monarcas de otros tiempos sueltan con vehemencia sobre el paseo del Borne.
En verdad, Melchor, Baltasar y Gaspar no hacen gran cosa. Se limitan a agitar la mano desde las alturas de sus tronos, con la sonrisa de quien es rey por un día y dejan a sus segundos atender la labor del lanzamiento del caramelo mientras avanzan por el recorrido establecido: desde el puerto, al que han llegado en carabela, al ayuntamiento de Les Corts, donde su sempiterna gloria será coronada por la entrega de las llaves de la ciudad. Les observa la masa, armada para la ocasión con mantas y sillas en las aceras de un centro cerrado al trafico mientras, imperturbables, los fanáticos de las compras esquivan a los molestos con incomparable agilidad. Así en Palma de Mallorca, así en toda España.
Más allá de la veracidad de la reconstrucción histórica, todavía me impresiona la participación de ciertas gentes a las fiestas populares, como los españoles en ocasión de Reyes. Quizás porque no coincide con el olvido y el desengaño con el que viven las tradiciones los humanos que poblan los países en los que he vivido. O quizás porque, al lado del desenfrenado consumismo que aqueja estos días, me sorprende aún el interés que despiertan ciertas recurrencias que se resisten al colonialismo cultural de los angloparlantes. Como aquella vez en Rusia, cuando asistí en San Petersburgo a la allí llamada "fiesta de la Victoria" ... sobre los nazi fascistas. ¡Ojo! No, a la fiesta de la Liberación, como se conoce en Europa, ya que en efecto los rusos ganaron la Segunda Guerra Mundial. Recuerdo una participación tan alta, que toda la ciudad se había transformado en un enorme mancha roja. Y a jóvenes que entregaban flores (también, rojas) a todo anciano en edad de haber vivido la guerra. Un símbolo de respeto. Para helar la sangre y añadir a la recopilación de las cosas que aún sorprenden.
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