Erich Priebke, o de los males que cumplen 100 años.

Cuenta Wikipedia que el 29 de julio no es un día cualquiera. En París, por ejemplo, se inauguró en 1836 el Arco del Triunfo; quince años después, un tal Annibale de Gasparis, astrónomo italiano, descubrió el asteroide Eunoimia, bautizado así en honor a la diosa griega de la ley; en 1948, se inauguraron en Londres los primeros Juegos Olímpicos después de la Segunda Guerra Mundial; también se casaron Diana y Carlos de Inglaterra en 1981 y así. También pasaron cosas malas: explotaron bombas y hambrunas aquí y allá; se desató alguna guerra; en 1921, Adolf Hitler se convirtió líder del nacionalsocialismo alemán; Bob Dylan sufrió un incidente en Woodstock en 1966, etcétera, etcétera.


La estimada Wikipedia también recuerda que en esta fecha nacieron algunos bípedos famosos por buenas y males noticias. Alexis de Tocqueville, por ejemplo. Aunque también Benito Mussolini y Erich Priebke, ex oficial de las SS alemanas. Así las cosas, dado que sobre el primero ya demasiado se ha dicho y escrito, y además está muerto, es el segundo que más interés tiene. Pues, además, el señor Priebke no sólo sigue plenamente vivo y coleando, sino que además hoy cumple 100 años. ¡100 años!

Ahora bien, no hay dudas que aquí lo primero que a uno se le ocurre es que, una vez más, los refranes populares encierran siempre algo de verdad. Pues aquello de sólo los buenos se mueren jóvenes, en este caso, no podría ser más apropiado.

Más lento, renqueante, viejo. Como la mayor parte de los criminales vivientes de la Segunda Guerra Mundial. Pero sonriente y aún activo. Así se presentaba en estos días en las calles de Roma, Priebke, que el 24 de marzo de 1944 exterminó a 335 civiles, 5 de ellos por iniciativa personal de él, el resto por orden de Hitler, –como represalia por la muerte 33 soldados alemanes en un atentado 24 horas antes a manos de partisanos que luchaban por la liberación de Italia–. Todos ajenos al atentado, asesinados de rodillas y con un tiro en la cabeza, tras lo cual sus cuerpos eran apilados los unos sobre los otros y tirados luego en fosas comunes.

El estrago se consumó unos meses antes de la liberación de Roma por los aliados en unas cuevas sobre la vía Ardea, llamadas Fosas Ardeatinas, ubicadas en el sur de Roma. Las víctimas, en buena parte judíos romanos, fueron capturadas por los ocupantes alemanes en sus casas, en la calle y hasta en la prisión romana de Regina Coeli.

Historia del pasado, sí, es cierto. O al menos en parte. Pues resulta que el susodicho señor ­–capturado en Bariloche (Argentina) en 1994, condenado en Italia a cadena perpetua en 1998 y desde 2009 permiso para salir regularmente de su casa, algo que hace–, sigue resucitando odios antiguos y perversos. Lo testimoniaban esta mañana algunas pancartas racistas que, además de unas cuantas cruces gamadas, aparecieron en toda Roma. Y también se desató una trifulca campal, cerca de su casa en Roma, tras que su nieto le llevara champán. Algo que da vergüenza ajena, pues además quizá se avala en que el susodicho señor, un nazi de pura cepa, nunca se arrepintió públicamente por su genocidio. Ni lo obligaron a hacerlo.

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